"La dificultad no debe ser un motivo para desistir sino un estímulo para continuar"

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Oratoria

ORATORIA. Jorge Muñoz Gallardo. Hablaba tanto y tan rápido que se murió ahogado en sus propias palabras. Los médicos dijeron que fue un agudo ataque de asma, pero en el pueblo nadie lo cree, todos dicen que murió asfixiado por sus palabras. Unos cuantos afirman que le cayó encima un pesado sustantivo, otros sostienen que fue un afilado adjetivo, y la señora María, que lo conocía desde niño, asegura que una verdadera tormenta de palabras le salió de la boca y le arrebató la vida que le quedaba. Esta versión es la más aceptada por los vecinos porque lo hallaron tirado en el suelo con la boca abierta y los ojos cerrados. La señora María agrega otros datos al contar que de chico soñaba con ser un político famoso por sus discursos en el foro, y se paseaba alrededor de la mesa del comedor leyendo en voz alta, y hasta su madre, una viuda bondadosa, le rogaba que hiciera un alto para descansar y respirar, que la pobre mujer vivía angustiada pensando que su único hijo varón podía morir por exceso de palabras. Y el temor de la madre se cumplió según juran todos quienes se relacionaron con el difunto. Como si todo lo anterior fuera poco, la misma señora María, con los ojos velados por las lágrimas, mostró a los atribulados vecinos, un rollo de papeles que contenía un discurso de 37 páginas, preparado por el muerto, discurso que pensaba leer ante la comunidad para pedir apoyo y lanzar su candidatura a una diputación. Que lindo habría sido tener un diputado que defendiera los intereses de este pueblo tan abandonado por las autoridades centrales, repetían con nostalgia algunos vecinos. Pero, la esperanza local había caído aniquilada bajo el peso de su propia oratoria, por supuesto, los médicos no podían comprenderlo, por el contrario, ellos, los vecinos, lo sabían muy bien y la señora maría lo había probado con sus palabras y ese discurso póstumo. Recordaban su cara en la urna, lucía impecable, que bien lo había acomodado la señora María, lo único incómodo era que no pudieron cerrarle la boca al cadáver. Los más viejos se conformaban diciendo que si no había podido mostrar sus grandes dotes oratorias aquí en este mundo, podría hacerlo allá en el cielo, en presencia de los ángeles, y tal vez, delante del mismo Dios.

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